Horacio Guaraní

La creciente - Segunda parte del Prólogo

Aquélla, la del año 1930, volvió a castigar a los pobladores de esos pagos, y mi familia, como tantas, buscó rumbos mejores en Santa Fe, más precisamente frente a la ciudad capital, y cruzando el río, donde estaba el distrito Alto Verde. Mi madre, corazón de león, buscó refugio en lo de una hermana que vivía allí desde hacía mucho tiempo y en situación aliviada, ya que había logrado establecer un almacén de ramos generales; desde ahí fue organizando su nueva vida, colocando a las muchachas en casas de familia de la ciudad como personal de servicio y a los varones en variados lugares de modo que eso les permitiera ir aguantando el temporal.

Yo tenía cinco años, y a los siete ya estaba conchabado en lo de mi primo Ramón, dueño de un almacén, carnicería, forrajes y cuanta cosa pudiera venderse. Él era un gran aficionado a los gallos de riña y los caballos de carreras cuadreras, y en poco tiempo me convertí en un esmerado variador de gallos y caballos, además de ser un ágil dependiente, por lo que debía quedarme hasta tarde atendiendo a los infaltables parroquianos que noche a noche bebían su única alegría, unos vinitos antes de ir a dormir recordando tiempos viejos, historias, sucedidos, o jugando un truquito lleno de dichos y refranes que yo, inquieto muchachito, atrapaba en mis oídos como si leyera el libro más hermoso y enriquecía sin saberlo, no sólo mi lenguaje, sino mi conocimiento de ese pueblo y de las importantes cosas de la vida.

Allí me crié, con la tremenda soledad de un niño desvalido en medio de gente grande y lejos de su madre, con esa angustia que el subconsciente sufre sin decirlo y buscando aliviar el infartante dolor de no ser nadie, sin apoyos ni defensas, con la sola amistad de los perros y caballos, agobiado por la permanente obligación del trabajo que no daba tiempo ni siquiera para tener amigos o aprender las lógicas travesuras de los que, aunque pobres, pueden jugar a la pelota o andar en bicicleta. Estas dos son mis frustraciones y asignaturas pendientes hasta hoy, pero cuando hay algún diablito en el corazón que pide riendas, tarde o temprano galopará en el aire el viento que ilumine la noche por más oscura que sea.

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