Ya desde niño lo atraía la música, especialmente el canto, y aprendió a tocar la guitarra con el maestro Santiago Aicardi. También escribía cartas a personajes, cartas que nunca se enviaron; ya más crecido le escribía a novias imaginarias, cartas igualmente sin destino.
A los 17 o 18 años va a Buenos Aires a probar suerte con el canto, pero la ciudad es dura. Vive en una piecita de la calle California y canta en la Boca, en un boliche llamado "La rueda" (Almirante Brown y Necochea), donde los parroquianos le obsequian botellas de cerveza. Él y otros que cantan reúnen una docena de botellas por noche, y se las cambian por dinero a don Carballo, el bolichero, y así comen al día siguiente. En una oportunidad en que estuvo enfermo y debió internarse en el Hospital Rawson, le prestó la piecita de la calle California a un amigo, que se fue con el calentador, la pava y la olla. ¡Todo lo que tenía!.